11.8.10

Una historia real cada semana

Antes de leer las Historias Reales, te invitamos a que leas el apartado "Qué es Gracias Messenger?". Recordá que cada semana se agregará una nueva historia "real". Las mismas fueron recopiladas a través del tiempo y corresponden a relatos propios y de hombres y mujeres como vos, quienes han vivido las más apasionantes aventuras. Adelante... pasá y conocé este maravilloso mundo.

Las Historias
1) Mirame a la cara...
 
Les voy a relatar mi primera experiencia de contacto. Así como la primera novia o el primer amor, les aseguro que uno jamás olvida su primer encuentro real nacido de Internet.
 
Cierto día me inscribí en el servicio de “Busca tu Pareja” de Terra, en Argentina. Busqué algunas mujeres de mi ciudad y les envié mensajes queriendo conocerlas. A los pocos días, tenía varias respuestas recibidas. Una de ellas me invitaba a chatear en el servicio de Chat de UOL. Vía email combinamos la hora y así lo hicimos. Comenzamos a charlar y a conocernos. Hablamos de gustos, nuestra vida, deseos, amores pasados y nuestras familias.
 
Nos encontrábamos en el chat para charlar hasta que un día le propuse conocernos personalmente. Ella accedió sin problemas, pero me dijo que deseaba aclarar algo importante sobre su persona que aún no había tenido el coraje de decirme.
 
Realmente me sorprendí. Pensé cientos de confesiones posibles.
 
Le escribí: “Bueno, decime... te escucho atentamente”. Y ella respondió: “Justamente yo no. Yo no puedo escucharte porque soy sordomuda. Espero que no te moleste”.
 
Me quedé inmóvil frente a la pantalla. Atónito. Sonreí. Pité mi cigarrillo. Creo que en ese momento muchas cosas cruzaron por mi cabeza. Sobre todo la idea de que una chica sordomuda no sería muy exigente en relación a los hombres. Entendí que mis lados más oscuros decían en voz baja “Vamos, será una buena experiencia”.
 
Al instante le escribí “Bueno, realmente no me importa mucho eso. Por lo que te he conocido, me agradas aunque no me escuches.” Ella luego prosiguió explicando que era sordomuda pero podía leer los labios y apenas escuchar algunos sonidos gracias a 2 potentes audífonos que tenia en sus oídos. Podía hablar pero no le era posible escucharse exactamente.
 
Me preguntó entonces si de todas maneras quería encontrarme con ella. Le dije que si y fue cuando me pidió que la llamara a su teléfono particular.
 
Teléfono? –dije yo pensando con sorpresa.
Si - contestó ella- Llámame y hablaremos a través de mi hermana, ella será nuestra interlocutora. A los pocos minutos ahí estaba yo, llamando por teléfono a una sordomuda para hablar con ella a través de su hermana.
 
Mientras marcaba su número, me preguntaba qué estaba haciendo!!! Hablé con su hermana, nos reímos juntos de la situación y, actuando de nexo entre nosotros, me dijo que nos encontraríamos en el café que estaba a 2 cuadras de su casa a las 3 de la tarde del día siguiente.
 
Ese día salí de mi trabajo y fui hasta el café que habíamos pautado. Recuerdo que me inundaba una rara sensación de curiosidad y nervios. De morbo y de aire superado. De deseo y de rechazo ante tan extraña situación. Llegué al lugar. Estacioné el automóvil y observé antes de bajarme que ella estaba parada en la puerta. Era tal como se había descripto: Rubia, ojos celestes, tez muy blanca, delgada, de buen cuerpo y rasgos arios.
 
Me bajé del automóvil y camine hacia ella sonriendo. Los dos notamos nuestros nervios. Nos saludamos y la invité a ingresar al café. Una cafetería muy bonita de estilo europeo en la que sirven un delicioso café y confituras muy variadas. Allí escuché por primera vez su voz: una voz entre nasal y gutural, con modulación pero con un timbre inhumano. Supuse, y comprendí, que los mudos que podían hablar sin escucharse presentaban esa voz.
 
Demás esta decir que la situación fue muy extraña. Mi primer encuentro con una mujer gracias a la Internet y era sordomuda..! Por Dios...! Qué estoy haciendo aquí...!!
 
Nos sentamos a la mesa a beber café. Recuerdo que no podía hablar y voltear o bajar mi cabeza, ya que ella perdía la visión de mis labios y eso le impedía seguir el hilo de la conversación. “Mírame a la cara cuando hablas”, decía ella. Hablamos bastante, nos reímos de temas intrascendentes y coqueteamos mutuamente. Nuevamente mi conciencia se preguntó: Que estoy haciendo aquí...!! Mientras tanto, escuchaba su voz metálica modulando palabras con mucho esfuerzo y observaba en sus orejas dos enormes audífonos color marfil camuflados cuidadosamente entre su pelo. Realmente yo no tenía intenciones de comportarme como un Don Juan ante una mujer así. Un sentimiento de compasión, amalgamado con piedad y ternura me invadieron. Entre líneas, pero claramente, explicó sus deseos de conocer a un hombre para estar de novios, enamorarse, casarse, formar una familia y tener hijos. Esa era su meta. Pero no la mía.
 
Luego de una hora de charla, miré el reloj y le dije que debía volver a mi trabajo. Creo que con el correr de la conversación, ella entendió el mensaje tácito de mis miradas, mis silencios y mi escasa predisposición. No nos dijimos nada. Quedamos en comunicarnos por email y combinar para tomar algo de noche o salir a bailar.
 
Nunca más nos vimos. Nunca más hablamos. Nunca más la escuché.
2) 50 MINUTOS

Cuando los sábados mis compañeros huían del trabajo, yo aprovechaba la ocasión para pasar una tarde a todo chat. Cerraba todas las ventanas de la oficina, ponía música y me concentraba en el arte de atraer mujeres a través de la red.

Un sábado cualquiera, como tantos otros días, inicié la tarea de siempre. Ingresé en una sala de chat de mi ciudad y comencé la sigilosa selección de acuerdo a los nicks de cada una de las damas.

Había más de 250 personas conectadas. No recuerdo su nick. No recuerdo siquiera si decía su edad. Pero ella contestó rápidamente a mi llamado. Comenzamos a charlar. Tanto ella como yo, estábamos de buen ánimo. Sentí una afortunada compatibilidad con ella desde el principio de la charla.

Me comentó que era algo así como artesana y que recién había dejado de trabajar en un sector de ventas especial para artistas callejeros ubicado en la costa. Realmente estoy aburrida – dijo ella como pidiendo ayuda.

Eran las 16:00. A las 17:30 yo debía estar en otro lugar, donde me aguardaban. Nos sentíamos muy bien hablando, así es que le pedí su dirección de email para seguir nuestra charla por Messenger. Ella accedió y allí, creo, empezó todo. Ambos queríamos saber cómo era el otro, de manera que las fotografías de cada uno llegaron a las respectivas casillas casi de inmediato. Su foto no era clara, sino difusa. Había sido tomada con una cámara web, por lo que la definición y colores mostraban lo que puede llamase una caricatura de la persona real. De igual manera, consideré que era una mujer agradable y de formas normales.

Sos muy lindo, dijo ella al ver mi fotografía. Qué haces chateando un sábado a la tarde hablando con una mujer de 39 años en lugar de estar con alguna chica de tu edad? –inquirió para ver mi respuesta. Era evidente que su autoestima estaba baja. No consideraba posible que yo este hablando con ella y se notaba. Era algo a mi favor.

Le dije que también me gustaba su foto y que su manera de escribir me había cautivado. Coqueteamos y hablamos de temas triviales y no tanto. Realmente alcanzamos un nivel de seducción muy alto. El erotismo se transmitía en cada frase, en cada palabra, en cada uno de los puntos suspensivos. La curiosidad por conocernos aumentaba increíblemente.

- Estas en tu casa o en un ciber? –le pregunté.
- En un ciber, cerca de la Iglesia Pompeya –escribió ella.
Eran las 16:25. Y yo estaba pocos metros de la Iglesia Pompeya...!!! Milagro...!!

No lo podía creer. Ella permanecía sentada frente a una computadora a menos de 200 metros de donde yo me hallaba. Pensar que la Internet se creó para unir al mundo y ahora estaba charlando con una mujer de mi ciudad, a metros de la oficina pero utilizando un servidor instalado en Estados Unidos y valiéndonos de un programa desarrollado por quién sabe qué país asiático. Increíble.

Me dijo que estaba en la calle lindera a la Iglesia y que podía ver hasta 2 cuadras en línea recta.
– Yo estoy a sólo dos calles de allí. La oficina esta al lado del Almacén. – le dije.
– Puedo ver el almacén desde aquí...!!! – escribió ella con entusiasmo.
– Aquí tengo café, te y gaseosas... si queres, te invito a tomar algo –deslicé.
– Y estas solo allí? –preguntó con curiosidad cómplice.
– Si, estoy solo. Veni así tomamos algo, charlamos y nos conocemos las caras –dije.
– Bueno, en un minuto estoy por ahí – dijo ella escribiendo muchos signos de admiración.

Acomodé un poco el lugar. Mientras lavaba mis dientes, repasé en mi mente si mi jefe o algún compañero de trabajo habían olvidado algo o pensaba volver. Todo estaba en orden y no había de qué temer. La soledad de la oficina estaba garantizada.

Sonó el timbre. Eran las 16:35. Yo estaba algo nervioso. Supongo que ella aún más, aunque ingresar a un lugar donde funciona una empresa da cierta seguridad a la otra persona. Tome aire y adopté un papel fresco y divertido. Abrí la puerta con energía al tiempo que decía con tono entusiasmado –Hola, holaaaaaa!!. Ella era algo más baja que yo. Pelo corto color claro, dos vistosos aros, pantalón de jean, sweater color oscuro, buena figura y un busto bien marcado.

Le mostré todas las instalaciones que conformaban mi lugar de trabajo: la planta baja y un magnífico estudio de grabación en la planta alta. En esta última teníamos una maquina de café, así que decidimos quedarnos allí. Preferimos sentamos en unos cómodos sillones y seguimos con la charla.

El clima era especial, plagado de erotismo y deseos mutuos. Eran las 16:45 Bebimos café, reímos, coqueteamos mucho y finalmente me acerqué abruptamente a ella y comencé a besarla. No opuso la más mínima resistencia. Nos besamos un largo rato, haciéndonos mimos y tratándonos con mucho afecto.

Las ropas de ambos fueron cayendo y las distintas posiciones nos hicieron encontrar abrazados en el piso. Un piso alfombrado mullido y cálido que, con la música y escasa luz, se había transformado en el más suave colchón. Hicimos el amor con infinitas ganas y la recuerdo divertida, sensual y fogosa.

Cuando terminamos y luego de charlar semidesnudos unos minutos, revisé disimuladamente mi reloj: Eran las 17:25. Yo sabía que había un récord en mi haber. Sabía que esta era una situación que pocas veces se da en la vida utilizando el Messenger. Miré nuevamente el reloj, ya no disimuladamente.

Oh..!! Cómo pasó el tiempo!! A las 17:30 debo estar en un lugar –dije con voz desesperada y una creíble y espontánea cara de espanto.

Le pedí perdón por no haberle avisado antes, pero me excusé diciendo que me había atrapado tanto la situación y que perdí la noción del tiempo. Ella no se preocupó y empezó a vestirse. Observé el lugar, acomodé los sillones, apague las luces y fuimos a la planta baja.

Tomé mi abrigo y le dije que la acercaría hasta su casa. Cerramos la oficina, subimos a mi automóvil y la dejé en su departamento, a tres calles de la oficina. Quedamos en hablarnos en los días siguientes y así lo hicimos. Eran las 17:31.
3) MALDITAS COMPUTADORAS

A él lo conocí en su actual negocio. Su nombre es Esteban. Tiene cerca de 39 años y es propietario de un ciber. El primer día que concurrí a ese local, navegue por varias horas. Llegando la medianoche, Esteban se acercó hasta mi computadora y sin que yo lo pidiera me entregó una taza de café.

Le agradecí la atención y él minimizó el acto aduciendo que era parte del servicio. Mis manos continuaron tecleando mientras los demás concurrentes iban dejando el lugar uno a uno. Viendo esta situación, le pregunte a qué hora cerraba las puertas del negocio. Levanto la vista y me dijo que no había problema, podía quedarme el tiempo que yo deseara.

Permanecí en el lugar chateando por casi una hora más. Dejé la computadora, me levanté de la silla y fui hasta donde estaba Esteban. Le pedí que me cobrara. Se incorporó y miró su computadora central para indicarme la tarifa que debía abonarle.

- Estuviste casi 6 horas navegando, hermano –me dijo. Mirá que aquí viene mucha gente, pero tantas horas no se quedó nadie. Tal vez porque hace solamente 3 meses que abrí - reflexionó. Luego prosiguió con una especie de monólogo imparable propio de quien hace tiempo no habla con alguien.

“Tanto hay para hablar por Internet? No entiendo cómo siempre encuentran tema. La gente viene y se queda una o dos horas hablando pavadas. Te lo digo porque yo las veo” – dijo mirando su monitor. “Esto de Internet, los chat, el Messenger y la puta que los parió, ya no lo aguanto más. La verdad que me asusta”- exclamó mirándome fijo.

Yo le expliqué que uno charla y conversa con mucha gente, motivo por el cual las horas pasan sin querer. Dejé entrever que conocer mujeres por aquí era muy interesante y que, al fin de cuentas, todo eso era bueno para su negocio. Mientras yo decía esto, el guardaba la plata que recién le había entregado. Cuando hubo acomodado los billetes ordenadamente, me miró fijo y dijo: “No me quejo. A mi esto me da de comer. No soy de esta ciudad. (Esteban me indicó de dónde era pero no deseamos exponer el dato) Allá tenía el locutorio con computadoras y acceso a Internet más grande de la ciudad. Y la verdad que ver a la gente chateando me hace mal. Muy mal”.

Hizo un silencio que ninguno de los dos supimos como llenar. –“Yo me separé de mi esposa por culpa de estas malditas computadoras”– me aseguro en un tono más tranquilo y resignado.

“El día que trajeron las computadoras a mi local, yo tuve la premonición de que me iban a traer problemas”- dijo. “No me preguntes porqué, pero era una corazonada”- exclamó mientras se tocaba el pecho con las dos manos.

Y qué fue lo que te pasó… –pregunte curioso.

“Yo atendía el negocio durante la tarde y mi esposa por la mañana” –dijo Esteban. Un día llegue antes de lo previsto y la vi sentada frente a una de las computadoras. Cuando ella me vio, cerró bruscamente la ventana que estaba mirando y se levantó de la silla con cara extraña”- expresó él mientras imitaba con su cara la misma cara que había puesto su esposa.

“No le di importancia pero sentí que me ocultaba algo” –dijo Esteban. “En esos días noté que ella estaba extraña. Pensando en eso, pasé una mañana por nuestro negocio pero sin intenciones de entrar directamente, sino, ver qué hacia ella” –explicó mientras me guiñaba un ojo de manera cómplice.

“Miré por la puerta de vidrio y la muy hija de puta estaba sentada en la misma computadora chateando o hablando con alguien. Se reía sola y escribía con alegría” –recordó Esteban como si lo estuviera viendo.

Y vos qué hiciste en ese momento- le pregunte. Puso cara de triunfador y se despacho con lo que él llamo una “Tarea de Inteligencia”. Sabes lo que hice? -me preguntó. “Instalé un programa en todas las computadoras que guarda lo que vos presionas en el teclado. Tecla por tecla que vos usas queda guardada en un archivo” –dijo.

“Esperé un día y abrí ese programa junto con un amigo que es experto en el tema y me iba a ayudar a descifrar los datos. Miramos todo lo que se había tecleado y descubrimos, primero, la clave de su email. Después, leímos todo lo que ella había chateado por el Messenger con un tipo de México” -recordó claramente.

“No sabes las barbaridades que se escribían” –dijo entre risas y decepción. “Inmediatamente puse papel en la impresora y realicé una impresión de todo lo que ella se había escrito con ese fulano”. Hecho esto –habló en voz baja- ingresé en su casilla de Hotmail gracias a la clave que había obtenido”.

“Encontré algunos emails del mexicano pero grande fue mi sorpresa cuando vi que había muchos más de otra persona. Cuando vi el nombre y apellido de esa otra persona, me di cuenta que yo lo conocía!!!” –me dijo mientras se reía. “No era amigo mío ni nada por el estilo, pero sabía que era de mi ciudad”, agregó.

“A medida que leía los textos de los emails que se enviaban mutuamente, un sudor frío me empezó a correr por el cuerpo. Las manos me temblaban y mi boca se secó por completo” – hizo una pausa y prosiguió. “Me quería morir. No podía creer lo que estaba leyendo: Mi esposa me engañaba con un hombre de mi ciudad” –dijo tomándose la cara.

“Llame a un amigo. Lo cité en el local. Vino inmediatamente y le conté la situación a la vez que le mostraba todos los emails impresos” –explicó Esteban. “En el último de los emails que se enviaron se citaban para ese mismo día a las 2 de la tarde en el departamento en que vivía el tipo. Yo tenía una furia que no podía controlar. Una mezcla de bronca, desilusión e impotencia” –parafraseo con los dientes apretados.

Por suerte o por desgracia, mi amigo –alegó Esteban- conocía la dirección donde vivía el hombre en cuestión. Lo miré y le dije que por favor me acompañara a esa hora hasta allí para ver si ella entraba a esa casa.

“A las 13:30 salimos de mi local y fuimos hasta la esquina de la casa donde habían quedado en encontrarse”–dijo. “Nos quedamos en el auto charlando acerca del tema. Mi amigo me consolaba y la verdad me dio mucha fuerza. Yo tenía en mis manos todos los emails impresos. No los quería soltar ni un minuto porque eran las pruebas, se entiende?” – me inquirió.

Y qué sucedió entonces Esteban – dije yo con mucha curiosidad.

“Cerca de las 14 apareció ella en un remisse. Se bajó y entró en el edificio de departamentos que mi amigo había descripto”, señaló.

Y vos no la enfrentaste antes que entre al edificio? –le dije sorprendido.

“La verdad que hubiera querido agarrarla de los pelos allí mismo, pero no pude y en ese momento preferí esperar a que saliera para ver la cara que pondría y qué me iba a decir al respecto cuando le muestre la copia impresa de los emails” –indico Esteban.

“Fueron las 2 peores horas de mi vida. Saber que tu esposa esta allí adentro con otro tipo, es lo peor que te puede pasar en la vida hermano” –dijo con angustia expresa. “Con mi amigo acercamos el auto casi hasta la puerta del edificio. Cuando vi que ella venía caminando por el pasillo del edificio hacia la puerta vidriada, respiré profundamente y abrí la puerta del automóvil” – manifestó con tono heroico.

“Me acerque por el costado del edificio hasta la puerta, ubicando mi cuerpo detrás de una pared. Al oír que la puerta se cerraba, salí abruptamente de mi escondite” –aclara Esteban con un movimiento corporal.

“Cuando me vio parado delante de ella, frenó su paso como si la hubieran congelado” –recuerda Esteban riéndose. “Enmudeció. No sabía qué decir ni qué hacer. Me miró y la mire. Y lanzó una frase que yo ya esperaba” – aclara.

Qué estas haciendo aquí? – le preguntó su mujer.

Qué estas haciendo “vos” aquí? –Esteban marco fuertemente la palabra “vos” al contarme.

“Hija de mil putas, me haces cornudo después de 9 años de casados y con este viejo choto” –le dijo Esteban. “Sos una puta de mierda, una mal nacida, un sorete de persona, maldigo haberte conocido. Y más vale que no trates de decir nada porque aquí tengo –alzó las manos con los impresos– todos los emails que te mandaste con este otro sorete como vos”.

En este punto de su relato yo estaba entre absorto y contento. Me daba pena su experiencia pero la veía interesante para el libro. Al fin y al cabo, era un hecho de la realidad y yo debía verlo de manera objetiva.

Esteban comentó que ella rompió en llantos y trato de frenarlo antes de que subiera nuevamente al automóvil de su amigo.

“Le pedí a mi amigo que me llevara a la casa de los padres de mi esposa” –indicó Esteban. “Cuando llegamos, bajé del auto, llame a mi suegra y a mi suegro, les comenté la situación y les mostré todos los emails impresos. Les pedí que comprendieran mi estado y les comuniqué que ese mismo día dejaba mi casa, el local y la ciudad”.

Fue así que Esteban, tras arreglar algunos temas económicos y operativos, dejó la ciudad después de 5 días de aquel terrible momento. Dejó su negocio, sus amigos, sus sueños y su gran amor.

Esteban hoy tiene un negocio propio en otra ciudad y vive solo Sin amigos ni parientes. Y en el anhelo de reconstruir su vida junto a otra mujer, sólo pide una cosa: “Si llego a conocer a otra mujer, lo único que quiero es que no chatee, no tenga email y no sepa nada de estas malditas computadoras”. Suerte Esteban!
4) MI MAMA ME MIMA
La conocí en una sala de chat. Fue por la noche y lo recuerdo bien. Conversamos de manera amena y nos cautivamos mutuamente. Ella rozaba los 42 años. Divorciada, independiente y muy vital.

La charla se extendió lo suficiente, de modo que ambos nos agregamos en el Messenger. Continuamos escribiéndonos por unos días hasta que ella me invitó a tomar un café. Accedí sin oposición y nos encontramos en un bar cercano a mi trabajo.

Nos vimos allí a la hora convenida. Era rubia, de buenos pechos y figura estilizada. Hablamos bastante y cada uno mostró lo mejor que tenía. Ella me explicó que era divorciada, mantenía su casa y a su hija de apenas 20 años.

Durante muchas semanas conversamos por Messenger pero nunca pudimos concretar una salida nocturna. Cierto día, mientras hablábamos por Messenger, me comentó que se encontraba en un cibercafé y que la acompañaba a su hija, la cual también estaba conectada en una computadora cercana. Esta jovencita había visto mi foto y, aparentemente, yo le había agradado mucho –dijo su madre.

Le pedí entonces que, si no le molestaba, me diera el email de su hija para agregarla a mi lista y, de ese modo, podríamos conversar los tres a la vez. Ella accedió y su hija también. El nombre de la niña era Guillermina. Iniciamos una linda charla entre los tres. Desde luego mantuve la compostura a la vez que lanzaba chistes y frases ocurrentes que ambas festejaban.

Los días posteriores conversé mucho por Messenger con Guillermina, pero noté en ella cierta reticencia ya que, al parecer, su madre me pretendía. No me envió su fotografía y no aceptó mi invitación a salir. De todas formas yo hice caso omiso a tal conjetura y decidí ir por las dos presas simultáneamente: Madre e hija.

Un sábado por la noche concurrí con mis amigos a un boliche bailable. Me acerqué a la barra y pedí al barman algo para beber. Mientras bebía mi trago y observaba a la multitud bailando, repararé que la rubia esbelta y de buenos pechos (la madre) bailaba sensualmente junto a otras mujeres.

Allí estaba ella. La linda rubia divorciada bailando enérgicamente la danza de la seducción. Bebí un sorbo largo. Apoye mi vaso vacío en una mesa mientras iba caminando hacia la pista de baile. Me abrí paso entre los cuerpos en movimiento y llegue hasta ella. Me pare a su lado y casi inmediatamente se dio vuelta. Abrazos, besos y sonrisas me recibieron de su parte. Yo la acompañe con similar rito. Dialogamos unas cuantas palabras al oído, ya que la música estaba muy fuerte.

Casi sin darme cuenta y como nacida de entre la gente, apareció junto a ella una joven hermosa. Le entregó un vaso a la rubia y me miró fijo. Sin prisa pero sin pausa, la jovencita me saludó al tiempo que me dijo: “Sabes quién soy?”.

Traté de ignorarlo al solo efecto de brindarle a ella la posibilidad de dar la primicia. Se acercó hasta mi oído y me dijo: Yo soy Guillermina.

Puse cara de sorprendido y alegre. Le dije que de acuerdo a la descripción que me había dado, la realidad superaba enormemente mis expectativas. Bebimos juntos, dialogamos y bailamos por largo tiempo.

Casi sin querer, nos fuimos apartando de su madre. Mi idea era alejarla de ella para poder hablar tranquilos. Nos sedujimos al unísono y era evidente que nos deseábamos. En la oscuridad de un rincón, lancé un beso que fue correspondido.

Una vez rota esa barrera, nos baleamos mutuamente con besos, abrazos, caricias y arrumacos. La noche iba muriendo y el sol comenzaba a asomarse. En un momento de la noche se acercó su madre y entre risas y alcohol, me recriminó mi elección por una chica más joven. La madre se fue con otro hombre. Y yo me fui con su hija en mi automóvil.

La dejé en su casa y yo fui para lamía. Tirado solo en la cama, no dejaba de pensar la situación. Gracias al Messenger, había iniciado una especie de sexo-amistad con su madre y, finalmente, terminaba con la hija. Sospecho que estas situaciones no son de darse en la vida real, en un lapso de tiempo tan corto y de este modo.

Al día siguiente seguimos conversando con Guillermina por Messenger. La seducción mutua y los deseos de tocarnos eran enormes. Quedamos en encontrarnos para vernos. Fui a buscarla hasta su casa y me recibió su madre. Por Dios, qué situación. Nos miramos y ambos sabíamos que de no haber aparecido en escena su hija, hubiéramos terminado aquella noche haciendo el amor.

Me invitó a pasar a su casa. Me senté en un sillón mientras aguardaba que Guillermina –su hija- terminara de vestirse. En esos minutos, su madre y yo estábamos muy cerca y muy lejos de un beso postergado. La situación era extraña y estaba viviendo un momento inolvidable.

Se notaba claramente en sus ojos el deseo de besarme, tocarme y abrazarme y, simultáneamente, de pegarme una bofetada. Debo reconocer que mis miradas y mi actitud eran abiertas a cualquier propuesta y ella lo decodificaba claramente.

En ese momento, como un haz de luz, ingresó Guillermina en el living. Estaba simplemente hermosa. Una joven de 20 años de bella piel, pelo rojizo natural, con bucles graciosos y formas perfectas. Y con todas las virtudes físicas que posee una Profesora de Aeróbic de esa edad. La situación no era la mejor. Madre e hija juntas. Las dos allí, en su casa. Y yo, parado frente a las dos como un imbécil.

Comprendiendo la situación, Guillermina tomó su cartera con velocidad, saludó a su madre y encaró hacia la puerta de salida. Saludé a su madre y la seguí prontamente a ella mientras yo lanzaba comentarios intrascendentes como para ganar tiempo.

Salimos. Subimos al automóvil. Fuimos a un bar. Bailamos y bebimos. Nos sedujimos. Nos besamos y nos tocamos. Nos excitamos mucho. Ella era verdaderamente tan hermosa como inocente. Terminamos la noche juntos en un hotel. Al llegar la madrugada y despertarnos abrazados, no pudimos dejar de analizar toda la situación y reírnos. Mirándome a la cara, nariz con nariz y casi al besarnos, ella lanzó una frase que es el título de este apartado: “Es que mi mamá, me quiere más que a ella”.
5) MARTIN y LUCIANA

Tal vez sea esta la historia que más he deseado contar en este blog. En ella se sintetizan y evidencian la mayoría de los temas que hemos compartido en pretéritas páginas. Y así como se espera el más dulce postre desde el inicio de la cena, así, he esperado para llegar hasta aquí.

Esta es, según creo, “La Historia”. Una historia especial en la que se ilustra acabadamente lo que muchos de ustedes “sueñan”. Una historia que nos da aliento y renueva el deseo de creer que ese amor tan buscado, puede estar al otro lado de la pantalla. Resignémonos ante la verdad, pues la historia que continúa, nos invita a encender la computadora, iniciar sesión en el Messenger y demostrarles a los necios que el amor también se encuentra en Internet.

Él se llama Martín. Ella Luciana. Los dos vivían en la misma ciudad. Él 1,91 de altura, morocho y de cuerpo atlético. Ella 1,65, rubia, ojos azules y muy atractiva. Todo comenzó en el año 1999. Más precisamente en Mayo de 1999.

El Messenger no era, aún, más que un proyecto en prueba. En aquel entonces, el programa de moda para comunicarse en tiempo real era el ICQ. Tanto Luciana como Martín utilizaban cotidianamente sus computadoras por razones laborales. Y ambos tenían, en una época en la que escasa gente accedía, su conexión a Internet. Conectarse a la red de redes desde una casa era casi un lujo reservado a unos pocos.

Varios meses antes de mayo, Luciana había dejado a su novio. Una relación de casi 4 años que se esfumó sin previo aviso. Por su lado, Martín, corría una suerte similar. También su noviazgo había terminado hacia poco tiempo. Ahora, los dos, estaban solos en el mundo. Dos almas desacostumbradas a la soledad pero muy acostumbradas a Internet. Tanto que optaron por sacar todo el provecho posible de esta última.

Una tarde como tantas, Luciana estaba conectada a Internet. Ese día, su hermana y su cuñado la acompañaban. Los tres charlaban, bebían café y disfrutaban de toda la magia de la red. Mientras navegaban, el cuñado le dijo a Luciana: “Deberías buscar a algún hombre en el ICQ. Si me lo permitís, yo te ayudo” Y ella lo permitió. Colocaron los parámetros necesarios y presionaron el botón de “Search” o “Búsqueda”.

Martín, por su parte, trabajaba en una empresa de Internet. En esos tiempos, y gracias a ello, estaba todo el día on line, con su ICQ abierto y navegando por cuanto lugar descubría. Minutos después de que Luciana disparara su búsqueda por edad en el ICQ, Martín recibió un mensaje en su monitor.

Miró, leyó y respondió al instante. Este acto, por supuesto, le dio una clara ventaja respecto de otros navegantes. De modo que, a los pocos segundos de haber iniciado su búsqueda, Luciana ya tenía la respuesta de un hombre. Y recibir una respuesta tan rápida en un momento de tristeza y desesperanza, entusiasma y alegra a cualquier cristiano. Recordemos que los dos estaban ahora solteros. Los dos salían de relaciones afectivas bastante largas. Y los dos, casi sin pensarlo, encontraron en Internet el lugar apropiado para apaciguar su soledad.

Así se inició todo. Luciana y Martín comenzaron a charlar a diario desde ese mismo día. Pasaban horas conversando y descubriéndose. Metros y metros de mensajes. Millones de bytes transformados en preguntas, respuestas, gustos y pensamientos. Miles de tecleadas transformadas en halagos, carcajadas, besos y enojos virtuales que los condujeron a sobrellevar momentos de nerviosa calma o de euforia controlada.

Juntos, transitaron y disfrutaron dos meses de conocimiento mutuo. Dos meses intensos e inolvidables. Durante ese tiempo, acaso por falta de scanner, acaso por pereza cibernética, jamás se enviaron una fotografía. Por supuesto que se describieron, pero ambos ignoraban la real fisonomía de su media naranja virtual.

Si bien Martín ya era un experimentado en el arte de conocer mujeres por ICQ, Luciana lo cautivó por demás. Al comienzo las charlas eran simples y la seducción inocente predominaba. Con el correr de los días –tal como lo recuerda Martín– comenzó a experimentar en su interior deseos y sanas fantasías que involucraban a Luciana. Las ganas de verla y tenerla cerca se estaban volviendo incontrolables. De modo que tomó el toro por las astas y la invitó a salir.

Luciana recibió con alegría aquella invitación. Coordinaron el día, la hora y el lugar. Recíprocamente precisaron cómo iban a ir vestidos a fin de poder reconocerse. La cita sería en un lugar bailable al que concurrían miles de personas cada noche. La felicidad los emborrachó por igual. Finalizaron la charla, cerraron sus computadoras y cada uno, en soledad, disfrutó de aquel avance con infinita dicha. Como era de esperarse, Luciana le confió a su hermana la gran primicia. La hermana, algo escéptica, le manifestó prontamente sus dudas, dado que tiempo atrás le advirtió que, los hombres casados, preferían citas los días viernes y a las 21. Lamentablemente, Martín y Luciana habían convenido el encuentro para ese día y hora. Pero fue sólo una pintoresca casualidad.

El día esperado llegó. Esa noche, por fin, podrían verse cara a cara. Martín llegó junto a sus amigos y se ubicó en la zona del bar donde siempre lo hacía. También ella asistió con sus amigas, pero un poco más tarde de lo convenido. Martín y Luciana se rastreaban mutuamente dentro del enorme lugar. Largas observaciones en general y miradas pormenorizadas de aquellas personas que parecían llevar una vestimenta similar a la que se habían informado.

De repente, allí estaban. Alguien vio a alguien y los dos se vieron en simultáneo. Dos sonrisas vergonzosas. Dos dedos opuestos señalando al otro en busca del esperado “Si, soy yo”. Nadie dijo nada. Nadie hizo mueca alguna. Pero ambos fueron al encuentro del otro con total seguridad. La música cambió imprevistamente. Todo la gente del lugar comenzó a saltar y a bailar en sus lugares. Las luces parecieron bajar de intensidad pero subir en destellos rítmicos. Caminaron por ese pasillo sorteando bailarines compulsivos, rubias riendo a carcajadas y galanes ebrios. Sin verse, sabían que se acercaban. De repente quedaron frente a frente. Mirada fugaz. Sonrisa cómplice. Un saludo básico y el tímido beso en la mejilla.

Las sonrisas torpes y la típica charla intrascendente para calmar los nervios se hicieron presentes. Martín invitó unos tragos. Ya con el vaso en la mano, la conversación se hizo amena y distendida. Profundizaron acerca de ellos y trataron de sobrellevar, como pudieron, esa terrible transición que supone el paso de lo virtual a lo real. Pero salieron airosos. No hubo besos, arrumacos ni mimos. Apenas un tímido y mínimo abrazo rodeando la cintura de ella. Luego de casi tres horas de dialogo, Luciana decidió marcharse a su casa. Martín la acompañó en un taxi y quedaron en hablarse y verse en los días siguientes.

Antes de bajar del Taxi, un beso de despedida. Pero sólo en la mejilla. Ella entró a su casa y Martín continuó viaje hacia la suya. Los dos estaban felices. Martín iba sentado en el taxi mirando la nada a través de la ventana. El resplandor de las rayas blancas de la avenida le iluminaban alternadamente la cara. Pero su mirada estaba perdida. No podía dejar de revivir la hermosa sonrisa de Luciana, sus ademanes, su frescura y su belleza. Ella, mientras tanto, ya estaba en la habitación de su casa. Quitó sus zapatos a los saltos y se recostó en la cama mirando el techo. Suspiró y sonrió en silencio.

Durante las semanas siguientes vivieron el fantástico estado de enamoramiento, felicidad y alegría previos al noviazgo. Fueron juntos a recitales, a cenar, al cine y a bailar. Por supuesto que continuaban conversando durante el día a través de sus computadoras. Y cuando no lo hacían, simplemente miraban si el otro estaba en línea. Verlo on-line era como tenerlo muy cerca.

Por cierto, como ustedes ya presumen, se pusieron de novios. Un noviazgo normal, común y corriente. A medida que se sumaban los meses la relación se fue solidificando. Salidas especiales en el mundo real y charlas tradicionales en el mundo virtual. Realmente todo iba sobre rieles hasta que Martín informó a Luciana la novedad.

Con tristeza pero amparado en su amor, Martín le comunicó a Luciana que una empresa lo había contratado para trabajar en Estados Unidos. La oportunidad era excelente y las posibilidades de progreso enormes.

No fue fácil digerir ese mal trago. No fue fácil para ninguno de los dos. Dar la noticia o escucharla, era igualmente angustiante. Pero el amor, siempre, es más fuerte. El uno y el otro se sabían enamorados, por lo cual se unieron aún más. Uno conteniendo, el otro sosteniendo. Llegó el día. Martín hizo las valijas y partió rumbo a Estados Unidos. Se instaló en un departamento y comenzó a trabajar en la empresa que lo separó del amor.

Por esos tiempos, el Messenger, ya estaba de moda en el país del norte. Si amigos, aquí es donde aparece la estrella de este blog. Los compañeros de trabajo de Martín se lo recomendaron, de manera que lo instaló inmediatamente. A los pocos días le comentó telefónicamente a Luciana acerca de este programa. Ella lo bajó e instaló también en su computadora. A partir de ese momento, y por siempre, los dos utilizarían este “cómplice” para comunicarse a diario.

En principio, Martín, no tenia fecha de regreso a su país. Y tal parece que, dando la espalda a la incertidumbre y la pena, los dos apostaron por las ilusiones y el amor verdadero. Martín allá, Luciana aquí. En el medio, el Messenger.

Las charlas eran extensas, apasionadas y plagadas de deseos. Pasaron cerca de seis meses desde que Martín había dejado su tierra, su familia y su Luciana. Pero una mañana, el hombre se levantó con cierta idea que rondaba en su cabeza desde hacía tiempo.

Ducha caliente, café bebido, algunos cereales y un bus hasta su trabajo. Mientras viajaba, observaba las calles, la gente, los niños. Cada cosa que veía le daba más fuerza y seguridad para llevar adelante lo que deseaba desde tiempo atrás. Llegó a su trabajo. Dejó la chaqueta arrumbada, se dejó caer sobre la silla y encendió su computadora. Hubo una respiración profunda y audible. El mouse clickeó dos veces sobre el icono del Messenger y procedió a iniciar sesión.

Miró fijo a todos los contactos de su lista y allí estaba Luciana. Tan conectada, tan viva, tan verde como había imaginado desde que se despertó. No dudó ni un segundo y la saludó con el clásico “Buen día” de cada jornada. Pero antes de que Luciana pudiera responder, Martín lanzó una horda de oraciones que, les aseguro, cualquier mujer hubiera soñado le tocara en suerte. Una a una, las palabras y oraciones, aparecían en al ventana de Luciana. Ella leía inmutable. Sin ser un escritor, Martín trasladaba a los dedos todo lo que su corazón le dictaba.

Fue una de las declaraciones de amor más imponentes y exquisitas que una mujer pudiera recibir. Luciana no pudo retener, mientras leía, esa lágrima impía que indujo a muchas, muchas más. Acaso fue este el momento más trascendental de sus vidas. Los dos se supieron amados. Los dos comprendieron el grado de entrega, deseo y amor que unían sus vidas. Y como el final esperado de una novela, la propuesta de casamiento se escribió en la pantalla de Luciana.

Dos llantos simultáneos. Dos angustias paralelas. Dos almas unidas por el amor y separadas por la distancia. Luciana secó sus lágrimas una vez más. Se acomodó en la silla y respondió con las pocas pero enormes palabras que Martín deseaba leer. Y el llanto se redobló nuevamente. Las ventanas del Messenger estaban abiertas pero nadie escribía nada. El teléfono de Luciana sonó. Ella levantó el auricular y sollozando gimió un “Hola” lleno de belleza y esperanza. La voz de Martín, que parecía estar acompañada por un pimpollo de rosas rojas, se escuchó en el auricular diciendo: “Amor, sueño con casarme. Sueño con despertarme junto a la mujer que amo. Sueño con tener los hijos más lindos del mundo. Y todos ello es posible únicamente junto a vos”.

Hubo sollozos amalgamados con tartamudas carcajadas. El amor y la pena parecían confundirse en una misma sensación. Pero sus almas rebosaban de alegría y felicidad. No estaban llorando, sino, se estaban sintiendo plenos. De manera que, entre sonrisas húmedas y mariposas revoloteando en sus panzas, se juraron mutuamente un destino: casarse y vivir juntos el resto de sus días.

Unos meses después, Martín llegó en avión a la Argentina. No hace falta explicar demasiado si ustedes leyeron el título de este apartado. Hubo preparativos. Idas y vueltas. Consultas y decisiones. Finalmente Luciana dijo sí en el altar. Hubo noche de bodas y luna de miel. Y hubo un viaje definitivo a la tierra en donde Martín trabajaba. Allí se instalaron. Hoy tienen dos hijos y visitan asiduamente la Argentina. Y viven felices...muy felices. Qué más decir...
Gracias Messenger por estas geniales historias de vida....!!!!!
6) MARÍA, LA MAS MIA…

Yo iba a un colegio católico. Ella iba a otro.

Cuando nos conocimos ambos rozábamos los 17 años. Habíamos compartido campamentos o casuales encuentros entre grupos de amigos. Me conocía y yo la conocía. Hablamos algunas veces en esa época, pero simplemente como conocidos.

Tengo que confesarles que a mi me gustaba. Una linda rubia de ojos celestes con la sonrisa más linda del mundo. Terminamos el secundario y ella partió hacia Bs. As para estudiar. Nunca más la vi. Nunca más nos cruzamos siquiera. Eso fue en 1989.

Una tarde, llega a mi computadora un email. Ese email decía: “Sos vos? Sos el Juan que iba al colegio XXXXXXXXX Vi tu dirección en un correo que mandaron a varias personas y por eso te estoy escribiendo. Soy María, te acordás de mi? Si no sos Juan, te pido disculpas. Pero si sos vos, escribime..!! Un beso, María.”

Verdaderamente estaba sorprendido. Sobretodo porque era el año 2002. Habían pasado 13 años desde la última vez que crucé a esa mujer. Por supuesto contesté ese email a toda velocidad. Le respondí que efectivamente era yo, Juan, y que me alegraba mucho tener noticias de ella. Pregunte cómo estaba, qué hacía, si se había casado y dejé entrever algunos detalles relacionados a cuánto me gustaba cuando éramos adolescentes.

Creo que con ese email se encendió la mecha.

Nos enviamos más de 90 emails en 5 días.En cada uno de esos emails se incrementaba, de manera exponencial, la utilización de halagos, cortejos, palabras de afecto y deseos sexuales hacia el otro. Ingresamos en un espiral del cual no podíamos salir.

Ambos experimentábamos altos niveles de excitación sólo con pensar que un día cercano nos veríamos o estaríamos juntos. Certeramente se produjo una química increíble, difícil de explicar a quienes nunca han tenido la oportunidad de dejarse llevar a través de los mensajes. Los que si lo han hecho, comprenderán perfectamente.

Durante esos días habíamos mantenido contacto sólo por email ya que María no tenía una cuenta de Hotmail. Le sugerí que obtuviera una y que habláramos por Messenger; era la mejor manera de proseguir en esa instancia. Y así lo hizo.

Iniciamos nuestras charlas por Messenger. Fue mágico. Cada palabra y cada frase dejaban entrever que nos deseábamos desmedidamente. Era una situación increíble. Por supuesto que nos enviamos mutuamente varias fotografías. Parecía que el tiempo no había pasado para ninguno de los dos.

Cierto día -luego de dialogar con erotismo sobre nuestros posibles encuentros- con un cómplice atino acompañe a María en lo que le sucedía y la comprendí perfectamente: había llegado a un nivel de excitación hablando por Messenger, según me confesó, deseaba ir a masturbarse al baño. Lo sé. Tal vez les suene bizarro, increíble o alocado. Puedo asegurarles que no es así.

María es una mujer íntegra, católica, sin vicios, con una clara idea de lo bueno y lo malo, con la clásica carga familiar acerca de los buenos modos y cómo se debe proceder en la vida. Es ese tipo de personas que siempre hacen el bien. Pero...el Messenger todo lo puede. Y pudo con ella.

En esos tiempos María estaba conviviendo con su novio desde hacía más de 2 años. Trabajaba en una prestigiosa empresa como ingeniera, tenían su departamento, su automóvil y una buena vida social.

Este fin de semana voy a Mar del Plata – escribió a modo de primera frase del día.

Me decís en serio? –pregunte alegre, enamorado, enérgico y nervioso.

Si, viajo el viernes por la tarde. Nos veremos, no es así? –preguntó.

Vamos a pasar el mejor fin de semana de los últimos tiempos –respondí.

Cuándo llegas a Mar del Plata? –pregunté.

El viernes cerca de las 7 de la tarde. Querés que nos veamos? –dijo ella.

Por supuesto!! Llamame luego de las 22, respondí...

Mi cabeza comenzó a planificar una serie de alternativas para llevar a cabo junto a ella.

María llegó a Mar del Plata. Llamó a mi casa antes de la medianoche del viernes. Hablamos por teléfono un instante y combinamos en que la recogería en 30 minutos. Fui hasta su casa.

La puerta se abrió luego de tocar bocina. Vi aparecer espontáneamente la cara de María en la puerta junto a un ademán de “aguárdame un momento”. Estaba hermosa. Salió sonriendo como 13 años atrás. Ella es de esas personas que usan toda la cara para sonreír. Cabello apenas ondeado rubio, ojos celestes, tez blanca y algo similar a un Channel moderno y audaz cubría su cuerpo. Así salió de la casa. Tacos, pollera con tajo, blazer y camisa. Un andar meloso, sensual y llamativo. Demás esta decirles que recuerdo cada detalle como si lo viera en cámara lenta.

Bajé de mi auto antes que ella dejara la puerta de la casa. Caminé hacia su encuentro con entusiasmo pero sin ansiedad, como si me gustara pero no causara nada especial en mí. Nos abrazamos. Abrazados, nos miramos. Mirándonos, nos besamos.

Que ganas tenía de hacer esto –dijo ella.
Yo lo soñaba cada noche –dije sonriendo y con las mandíbulas apretadas.

Subimos al automóvil y charlamos de temas relacionados a lo que nos había sucedido en tan poco tiempo. Nos reímos mucho de toda la situación. De verdad que nos reímos mucho. Dimos algunas vueltas en automóvil por las zonas de pubs y bares de la ciudad.

Dónde me vas a llevar –preguntó.
A un lugar que nunca vas a olvidar en tu vida –dije mirando hacia adelante.

Era un pequeño bar de apenas 5 mesas y una ínfima barra. No había bombillas de luz, sólo velas en cada mesa o en lugares estratégicos. El piso de cemento desparejo no se veía. Cada mesa era diferente, al igual que cada silla. Cientos de adornos extravagantes pero cálidos decoraban el lugar. Madera y sólo madera ponderaba en el sitio.

Nos sentamos en una mesa al lado del ventanal que daba al mar. Esa zona, es una saliente de tierra que parece meterse en el océano Atlántico. Allí estaba ese pintoresco bar. La espuma de las olas se veía claramente, al igual que la luna y las estrellas. El daiquiri que pidió ella venia en una vasija de madera del tamaño de un mortero para aplastar legumbres. Mi margarita de Ananá, en cambio, parecía haber nacido junto con la piña que lo contenía.

Hablamos bastante. Reímos y jugueteamos. Puedo decirles que nos gustábamos realmente. De verdad. Con ganas. Simplemente que la distancia nos hizo imposible una relación clara, comprendí luego. Pero la magia del Messenger nos amalgamó en algo que, tal vez, sabíamos ambos que duraría poco.

Luego de beber, conversar, mirarnos, tocarnos, besarnos y bailar improvisadamente delante de otras 4 parejas que sonreían, decidimos irnos. Subimos al auto luego de separar las manos que traíamos unidas desde que salimos del bar. En el aire se respiraba erotismo, deseos, lujuria, amor, pasión.

Transitamos por la calle costera viendo el mar. A los pocos metros, se recostó sobre mi hombro y me confesó al oído que jamás había pasado una noche tan bella. Se disculpó antes de decir que, aunque parecía infantil, se había “casi” enamorado.

Fuimos a un hotel y nos quedamos allí toda la noche. Para mi fue una velada realmente inolvidable. En esos momentos de calma y charla que prosiguen al momento del amor, me confesó que estaba por separarse de su novio. Hacia un tiempo que lo venia pensando y esta situación le había dado la fuerza necesaria.

Estuvimos juntos el sábado. El domingo la acompañé a tomar su bus. El lunes seguimos charlando por Messenger con las mismas ganas. El martes, miércoles y jueves, tan cercanos y lejanos del fin de semana, hicieron notar que la distancia es el olvido, como lo esboza la letra de una canción.

La espuma del inicio había pasado. Ya no era igual. Pero verdaderamente sabíamos que la atracción mutua era imparable. Sólo la distancia nos impedía que creciera. Pero gracias al Messenger, fuimos manteniendo la llama encendida.

Estamos en el año 2003. Hoy ella está sola. Nos comunicamos periódicamente gracias al Messenger. Ciertos fines de semana, María viene a mi departamento a cenar y nos quedamos toda la noche juntos. Ambos sabemos que si viviéramos en la misma ciudad, todo sería diferente. Hoy que escribo estas líneas es viernes. Mañana nos veremos otra vez.
7) YO NO ESCRIBI ESO

Yo conozco una manera. En realidad, conozco varias maneras de conseguir la contraseña de una cuenta de email. Nada más alejado de mí que exponerlas en este blog, pero tales tretas existen. Muchas veces funcionan. Otras no.

Es una impecable manera de engañar a otra persona manipulando sus percepciones. Una soberbia maniobra de distracción que funciona en la mayoría de los casos. Precisamente, en este relato, quiero contarles acerca de una mujer a la que podía mantener vigilada casi todo el tiempo. Así comenzó esta historia...

Vi su foto en un sitio de búsquedas y me atrajo. Le envié un beso virtual. Ella lo recibió y entendió sin lentitud que el mi nick era también parte de mi email. Fue así que al día siguiente apareció en el Messenger una solicitud de autorización. La acepté sin demora y ahí mismo estaba ella conectada.

La charla comenzó lenta pero con interés mutuo. Hablamos de todo un poco y quedamos en vernos los días subsiguientes. Ella vivía en una provincia lejana y nos separaban más de 1.300 kilómetros. En nuestro segundo encuentro intercambiamos algunas fotografías. No eran muchas las que ella envió, pero fueron suficientes para apreciarla en distintas situaciones.

Tenía un cuerpo muy bien trabajado. Delgada, estatura media, tez morena y cabellos oscuros. Leves rasgos asiáticos y una enorme sonrisa a puro esmalte blanco. Una exótica doncella con cierta gracia pueril.

Por más de 3 meses mantuvimos nuestras charlas, envíos de emails, fotos, postales y mensajes apasionados. Incluso, algunas veces, se comunicaba utilizando la web cam de una amiga para que pudiera verla en vivo y en directo.

Nuestro enamoramiento virtual había ascendido a un punto desde donde resulta difícil bajarse. Las charlas buscaron distensión por sí solas y ambos abrimos las puertas que dan al patio del sexo, las fantasías y la pasión.

Cierto día me sorprendió con unas cuantas fotos de ella en traje de baño. Podía observarla de frente, perfil y de atrás. Su cuerpo era armonioso, proporcionado y se permitía acompañarlo con atractivas poses.

Indicó que esas fotos se las había tomado a sí misma con una cámara digital utilizando el sistema de disparo retrasado. Y lo más importante: se las había tomado sólo para que yo pudiera verla “claramente”. Le agradecí esas fotografías y le dije que su cuerpo me parecía hermoso y perfecto.

Nuestras conversaciones continuaban por Messenger y, en alguna de ellas, la invité a que me visitara durante las vacaciones de verano. Mi ciudad tiene mar y una costa de primer nivel mundial. Tenía mi departamento con 2 habitaciones y ella podía quedarse sin necesidad de abonar hotel. La idea pareció encantarle y comenzó a indagar acerca de los pasajes en avión, tiempo de traslado y demás cuestiones relacionadas.

Una tarde llegó a mi casilla un email de ella. En ese email decía que se había tomado algunas fotografías sólo para mí. Me pidió que las mirara únicamente yo, dado que eran total y absolutamente personales. Luego de leer tal prologo, fui bajando mi mouse y desplegando ese email para comprender de qué se trataba. Eran 3 fotografías de ella totalmente desnuda. Se observaban con nitidez sus pechos, caderas, cola y espalda. Eran fotos tan imponentes como inocentes.

En esta ocasión aclaró que le daba mucho pudor enviarlas pero que se las había tomado únicamente para que yo –y sólo yo– pudiera apreciar su cuerpo y sus “virtudes”. Deseaba que la conociera tal como era. Sin nada que imposibilite verla por completo.

Luego de leer ese email, de ver sus fotografías y de analizar tales declaraciones, mi mente comenzó a "dudar". Me preguntaba porqué ella estaba durante largas horas conectada? Serían sólo para mi esas fotografías? Cómo podía decirme “Mi amor” si no me conocía? Mis deseos de conocerla no cesaron, pero preferí tomar ciertos recaudos antes de aceptar que viniera y pernoctara en mi casa. Pensé y tomé la decisión de aplicar mi técnica para conocer la contraseña de su email. De esa manera, yo podría saber si todo lo que decía era verdad.

Puse manos a la obra y comencé la producción del email “anzuelo”. Lo revisé cuidadosamente para evitar cualquier desliz. Estaba perfecto. Lo guarde en la carpeta “borrador” y aguardé a que mi amiga se conecte al Messenger. Pasadas un par de horas, ella inició sesión. Aguardé unos minutos y comencé a charlar como lo hacíamos cotidianamente.

En lo mejor de nuestra charla y como un francotirador, disparé el email que me entregaría su clave personal. Me gusta enviarlo mientras converso con la persona a quien va dirigido porque mantiene a mi persona lejos de la sospecha. Además, me asegura que la otra persona verá instantáneamente que ha recibido un nuevo mensaje de correo electrónico.

Luego de enviarlo noté que ella hizo una breve pausa en la conversación que manteníamos. Evidentemente estaba leyendo ese email que acababa de llegarle. Le dije que debía volver al trabajo y que luego me conectaría para proseguir la charla. Nos despedimos y acto seguido procedí a no admitirla para que suponga que yo no estaba on-line.

Pasaron algunas horas hasta que en la bandeja de entrada de mi email “detective”, apareció el esperado email con su clave personal. A esta altura ustedes se deben estar preguntando cómo consigo hacer eso, pero repito que no es lo importante ahora. La cuestión es que esta artimaña da resultado.

Esa noche abrí Hotmail. Estaba algo nervioso puesto que temía encontrar información que avalara mi sospecha. Coloqué su dirección de email y seguidamente escribí la clave trabajosamente obtenida. En unos pocos segundos se abrió la pantalla y allí estaba ante mí su casilla de email lista para ser inspeccionada. Tenía todo el tiempo del mundo para leer todos los emails que viera ante mis ojos. Y eso hice.

Respiré profundamente y fui a su bandeja de entrada. En esa carpeta había más de 50 emails de diferentes fechas, incluidos varios de los míos. Los restantes correspondían a nombres o nicks claramente masculinos. Pité mi cigarrillo al tiempo que iniciaba la apertura del último email que ella había recibido. Luego seguiría abriendo el resto de acuerdo a la cronología.

Abrí el primero de la lista. Una sonrisa se dibujó en mi rostro al leer lo que yo ya esperaba encontrar. En ese email se leía la respuesta de un muchacho que halagaba sus fotografías desnuda y ponderaba la belleza de sus senos, al tiempo que cerraba el párrafo solicitando que le envíe otras tantas pero en poses algo más eróticas. Mi duda ya no era una duda, sino, una certeza. Pensé que debía enojarme. Pensé que esto debía molestarme. Pero quién era yo para juzgar su actitud? Nada nos unía sentimentalmente y cada uno podía hacer lo que deseara. Pero el juego a jugar, me gustaba.

Los emails que leí, exceptuando los míos, correspondían a algunos hombres que vivían cerca de su ciudad y otros tantos de ciudades y países lejanos. Con cada uno de ellos había una historia mutua que fui destramando al leer también los mensajes “enviados”. Una de estas historias era mantenida con un vecino suyo. Este muchacho y ella se enviaban emails diariamente. Pude comprender y dimensionar todo el romance desde los primeros contactos que hicieron. Las fotografías, por supuesto, también habían sido recibidas por él.

Les aseguro que por sus fotografías, cualquiera de ustedes desearía conocerla. Pero un tanto por sus mentiras y otro tanto por la temporaria privación de la libertad que yo sufriría si ella venía a mi casa, decidí poner en marcha la segunda parte de mi plan. La verdad que no tenía tantas ganas de que ella se instale en mi departamento y me quede sin disfrutar otras cosas.

Esta segunda parte del plan consistía en abrir sus emails, copiarlos y pegarlos en un archivo word. Uno a uno, cada email recibido y cada email enviado, los fui copiando y pegando en un archivo de word que llegó a tener más de 60 hojas. Una vez terminada la tarea, yo tenía todas sus historias amorosas en un solo archivo. Frase por frase, adjetivo por adjetivo. Todo estaba allí.

Guardé este archivo word en el escritorio de mi computadora. Inmediatamente ingresé a una cuenta de email que poseo y que raramente utilizo. Es una cuenta antigua y que nadie conoce. Abrí esta cuenta y marqué la opción de escribir un “nuevo mensaje”. A este nuevo mensaje le escribí la dirección de Hotmail que normalmente utilizo yo. Estaba simplemente enviándome un email a mí mismo desde una cuenta desconocida por ella.

En el asunto coloqué la frase “Tu ángel de la guarda”. En el cuerpo del mensaje, escribí lo siguiente: “Hola.... Te envío estos emails para que veas que tu amiga no es tan leal y digna como vos crees. Espero que te ayude con esto. Firma: Tu ángel de la guarda”. Seguidamente adjunté el archivo Word que yo mismo había creado. Ahora si, todo estaba listo. Presioné sin prisa el botón de “enviar”.

A los pocos segundos este email ingresaba en mi tradicional y conocida cuenta de Hotmail. Como un iluso sorprendido, abrí dicho email para ver si todo estaba correcto. Y allí lo dejé. Apagué mi computadora y me fui a descansar esperando poner en práctica la tercera fase de mi plan.

Al día siguiente fui a mi trabajo, encendí la computadora y me quedé esperando que ella ingresara. Pasaron unas cuantas horas hasta que observé su inicio de sesión en Messenger. La tercera y más difícil de las partes comenzaba. Ella me saludó prontamente a lo cual no respondí. Me envió varios mensajes y frases hasta que, finalmente, accedí a responderle.

Inicié la conversación con tono serio. Tardaba en responderle, utilizaba monosílabos y me mostraba claramente parco.
Seguramente que ella no esperaba lo que se venía. Escribí entonces–“Creo que hay algo que debo mostrarte”.
Tienes nuevas fotografías? –preguntó ella.
Ojalá fuera eso... –le respondí.
“Me llegó un email que no sé si debo mostrártelo, pero realmente me ha dejado sin habla”, dije.
De qué se trata? –pregunto con curiosidad.
“Mira, te voy a reenviar el email tal cual me ha llegado a mi, y vos sacá las conclusiones” –dije seriamente.

Seguidamente me dirigí a la bandeja de entrada de mi casilla, ubiqué el email que yo mismo me había remitido y presioné el botón de reenviar. Escribí la dirección de email de mi amiga y presioné enviar.

Luego de un minuto le pregunté si ya lo había recibido. Me dijo que estaba abriendo el email en ese momento. Le dije entonces que esperaba que lo leyera tranquilamente y luego conversaríamos. Desadmití a mi amiga inmediatamente hasta el día siguiente. Con esta actitud, buscaba que ella sintiera la necesidad de pensar y razonar la manera de revertir tan desafortunado acontecimiento.

A la mañana del día siguiente, encontré en mi bandeja de entrada un email de ella. Lo abrí y pude observar la descomunal extensión del mismo. Tal vez había pasado horas escribiendo semejante defensa ante un ataque tan dañino y certero como el mío. Como síntesis del email que ella enviaba, puedo decirles que trataba ilusamente de decir que “ella no había escrito nada de eso”. Me explicaba cada uno de los emails de manera pormenorizada. Y aseguraba que muchos de ellos jamás los había leído y mucho menos contestado.

Lamentablemente yo no podía decirle que los había visto con mis propios ojos, pero le expliqué que me reservaba el beneficio de la duda. Le dije que seguramente alguien había ingresado a su casilla y se tomó el trabajo de copiarlos y remitírmelos.

Ella direccionó y culpó de este accionar, a un ex novio con el que ya había tenido un altercado similar. Pero repetía obcecadamente “yo no escribí eso ni envié las fotografías a nadie más que a vos”.

Le expliqué que por un tiempo deseaba suspender nuestro contacto. No era definitivo, pero la insté a que comprendiera mi desilusión y tristeza. Tal vez, sólo necesitaba unos cuantos días para reponerme de tal situación. Ella aceptó y así lo hice. Durante aproximadamente 10 días dejé su nick sin admisión en mi Messenger.

Cierto día, al abrir mi casilla de Hotmail, encontré en la bandeja de entrada un correo cuyo asunto rezaba “Tu ángel de la guarda” y que provenía de una dirección “similar” a esa que yo había utilizado para enviarme a mi email el archivo Word que desató el vendaval.

No podía creer lo que estaba viendo. Una sonrisa interminable se dibujó en mi cara mientras abría ese correo. Era evidente que ella misma había creado una cuenta de correo con un nombre “similar” al que había observado en el email que a mi –supuestamente- me había llegado y que contenía el archivo Word. No podía dejar de reírme al ver esta maniobra de su parte.

De todos modos abrí ese email y leí lo que allí estaba escrito al tiempo que seguía riendo solo. Escuetamente el email explicaba que era “nuevamente” quien me había enviado aquel email en donde se adjuntaba un archivo Word con todos los emails de “mi amiga”. En el texto de este email explicaba que el anterior había sido un invento y que ninguno de los mensajes enviados o recibidos por ella eran reales, sino, que habían sido inventados. Mi sonrisa se transformó en carcajada. Yo mismo estaba recibiendo un email de alguien que se hacía pasar por mí para desmentir lo que yo había visto. La situación era por demás graciosa. Era evidente que este email había sido enviado por ella en un intento desesperado por tratar de recomponer la relación virtual.

Admiré y fui respetuoso de su escasa inteligencia pero enorme fuerza de voluntad para revertir una situación que ella no deseaba ni se merecía haber vivido. De todas maneras, continué sin admitirla por un día más. Pasado ese día la admití nuevamente en mi Messenger y luego de saludarla lancé una frase: “Me parece que tenemos que hablar, porque me acaba de llegar un email muy sospechoso”. Ella respondió: Qué hice ahora?. Luego de eso, procedí a desadmitirla durante un día más sin mayores explicaciones.

Al día siguiente, tras ingresar nuevamente al Messenger, observé que su nick la delataba inocentemente. Podía leerse claramente “Te juro que yo no fui”. Mi carcajada debe haberse escuchado a varias cuadras. Su inocencia me desarmaba. No podía comprender como una mente tan obtusa podía pisar este planeta.

Ante tan ingenua actitud, pude comprender que no existía en ella ni una pizca de animosidad ni intención de dañar o hacer el mal. Esto era muy claro. Lo único que ella hacía era vivir. Vivía el Messenger de la manera que este blog -modestisimamente- explica que se vive. Experimentaba y se divertía utilizando las prestaciones que este blog pondera, y eso está muy bien.

De manera que mi actitud no fue otra que la que debía tomar. Nuevamente la admití, continuamos las charlas, la "perdoné" y la invité a mi ciudad. Al mes siguiente ella estaba en mi departamento disfrutando de lo que habíamos querido: conocernos, salir y hacer el amor cada día. Y en esos días, entre varias mentiras mutuas, conocimos nuestras verdades...