3) MALDITAS COMPUTADORAS
A él lo conocí en su actual negocio. Su nombre es Esteban. Tiene cerca de 39 años y es propietario de un ciber. El primer día que concurrí a ese local, navegue por varias horas. Llegando la medianoche, Esteban se acercó hasta mi computadora y sin que yo lo pidiera me entregó una taza de café.
Le agradecí la atención y él minimizó el acto aduciendo que era parte del servicio. Mis manos continuaron tecleando mientras los demás concurrentes iban dejando el lugar uno a uno. Viendo esta situación, le pregunte a qué hora cerraba las puertas del negocio. Levanto la vista y me dijo que no había problema, podía quedarme el tiempo que yo deseara.
Permanecí en el lugar chateando por casi una hora más. Dejé la computadora, me levanté de la silla y fui hasta donde estaba Esteban. Le pedí que me cobrara. Se incorporó y miró su computadora central para indicarme la tarifa que debía abonarle.
- Estuviste casi 6 horas navegando, hermano –me dijo. Mirá que aquí viene mucha gente, pero tantas horas no se quedó nadie. Tal vez porque hace solamente 3 meses que abrí - reflexionó. Luego prosiguió con una especie de monólogo imparable propio de quien hace tiempo no habla con alguien.
“Tanto hay para hablar por Internet? No entiendo cómo siempre encuentran tema. La gente viene y se queda una o dos horas hablando pavadas. Te lo digo porque yo las veo” – dijo mirando su monitor. “Esto de Internet, los chat, el Messenger y la puta que los parió, ya no lo aguanto más. La verdad que me asusta”- exclamó mirándome fijo.
Yo le expliqué que uno charla y conversa con mucha gente, motivo por el cual las horas pasan sin querer. Dejé entrever que conocer mujeres por aquí era muy interesante y que, al fin de cuentas, todo eso era bueno para su negocio. Mientras yo decía esto, el guardaba la plata que recién le había entregado. Cuando hubo acomodado los billetes ordenadamente, me miró fijo y dijo: “No me quejo. A mi esto me da de comer. No soy de esta ciudad. (Esteban me indicó de dónde era pero no deseamos exponer el dato) Allá tenía el locutorio con computadoras y acceso a Internet más grande de la ciudad. Y la verdad que ver a la gente chateando me hace mal. Muy mal”.
Hizo un silencio que ninguno de los dos supimos como llenar. –“Yo me separé de mi esposa por culpa de estas malditas computadoras”– me aseguro en un tono más tranquilo y resignado.
“El día que trajeron las computadoras a mi local, yo tuve la premonición de que me iban a traer problemas”- dijo. “No me preguntes porqué, pero era una corazonada”- exclamó mientras se tocaba el pecho con las dos manos.
Y qué fue lo que te pasó… –pregunte curioso.
“Yo atendía el negocio durante la tarde y mi esposa por la mañana” –dijo Esteban. Un día llegue antes de lo previsto y la vi sentada frente a una de las computadoras. Cuando ella me vio, cerró bruscamente la ventana que estaba mirando y se levantó de la silla con cara extraña”- expresó él mientras imitaba con su cara la misma cara que había puesto su esposa.
“No le di importancia pero sentí que me ocultaba algo” –dijo Esteban. “En esos días noté que ella estaba extraña. Pensando en eso, pasé una mañana por nuestro negocio pero sin intenciones de entrar directamente, sino, ver qué hacia ella” –explicó mientras me guiñaba un ojo de manera cómplice.
“Miré por la puerta de vidrio y la muy hija de puta estaba sentada en la misma computadora chateando o hablando con alguien. Se reía sola y escribía con alegría” –recordó Esteban como si lo estuviera viendo.
Y vos qué hiciste en ese momento- le pregunte. Puso cara de triunfador y se despacho con lo que él llamo una “Tarea de Inteligencia”. Sabes lo que hice? -me preguntó. “Instalé un programa en todas las computadoras que guarda lo que vos presionas en el teclado. Tecla por tecla que vos usas queda guardada en un archivo” –dijo.
“Esperé un día y abrí ese programa junto con un amigo que es experto en el tema y me iba a ayudar a descifrar los datos. Miramos todo lo que se había tecleado y descubrimos, primero, la clave de su email. Después, leímos todo lo que ella había chateado por el Messenger con un tipo de México” -recordó claramente.
“No sabes las barbaridades que se escribían” –dijo entre risas y decepción. “Inmediatamente puse papel en la impresora y realicé una impresión de todo lo que ella se había escrito con ese fulano”. Hecho esto –habló en voz baja- ingresé en su casilla de Hotmail gracias a la clave que había obtenido”.
“Encontré algunos emails del mexicano pero grande fue mi sorpresa cuando vi que había muchos más de otra persona. Cuando vi el nombre y apellido de esa otra persona, me di cuenta que yo lo conocía!!!” –me dijo mientras se reía. “No era amigo mío ni nada por el estilo, pero sabía que era de mi ciudad”, agregó.
“A medida que leía los textos de los emails que se enviaban mutuamente, un sudor frío me empezó a correr por el cuerpo. Las manos me temblaban y mi boca se secó por completo” – hizo una pausa y prosiguió. “Me quería morir. No podía creer lo que estaba leyendo: Mi esposa me engañaba con un hombre de mi ciudad” –dijo tomándose la cara.
“Llame a un amigo. Lo cité en el local. Vino inmediatamente y le conté la situación a la vez que le mostraba todos los emails impresos” –explicó Esteban. “En el último de los emails que se enviaron se citaban para ese mismo día a las 2 de la tarde en el departamento en que vivía el tipo. Yo tenía una furia que no podía controlar. Una mezcla de bronca, desilusión e impotencia” –parafraseo con los dientes apretados.
Por suerte o por desgracia, mi amigo –alegó Esteban- conocía la dirección donde vivía el hombre en cuestión. Lo miré y le dije que por favor me acompañara a esa hora hasta allí para ver si ella entraba a esa casa.
“A las 13:30 salimos de mi local y fuimos hasta la esquina de la casa donde habían quedado en encontrarse”–dijo. “Nos quedamos en el auto charlando acerca del tema. Mi amigo me consolaba y la verdad me dio mucha fuerza. Yo tenía en mis manos todos los emails impresos. No los quería soltar ni un minuto porque eran las pruebas, se entiende?” – me inquirió.
Y qué sucedió entonces Esteban – dije yo con mucha curiosidad.
“Cerca de las 14 apareció ella en un remisse. Se bajó y entró en el edificio de departamentos que mi amigo había descripto”, señaló.
Y vos no la enfrentaste antes que entre al edificio? –le dije sorprendido.
“La verdad que hubiera querido agarrarla de los pelos allí mismo, pero no pude y en ese momento preferí esperar a que saliera para ver la cara que pondría y qué me iba a decir al respecto cuando le muestre la copia impresa de los emails” –indico Esteban.
“Fueron las 2 peores horas de mi vida. Saber que tu esposa esta allí adentro con otro tipo, es lo peor que te puede pasar en la vida hermano” –dijo con angustia expresa. “Con mi amigo acercamos el auto casi hasta la puerta del edificio. Cuando vi que ella venía caminando por el pasillo del edificio hacia la puerta vidriada, respiré profundamente y abrí la puerta del automóvil” – manifestó con tono heroico.
“Me acerque por el costado del edificio hasta la puerta, ubicando mi cuerpo detrás de una pared. Al oír que la puerta se cerraba, salí abruptamente de mi escondite” –aclara Esteban con un movimiento corporal.
“Cuando me vio parado delante de ella, frenó su paso como si la hubieran congelado” –recuerda Esteban riéndose. “Enmudeció. No sabía qué decir ni qué hacer. Me miró y la mire. Y lanzó una frase que yo ya esperaba” – aclara.
Qué estas haciendo aquí? – le preguntó su mujer.
Qué estas haciendo “vos” aquí? –Esteban marco fuertemente la palabra “vos” al contarme.
“Hija de mil putas, me haces cornudo después de 9 años de casados y con este viejo choto” –le dijo Esteban. “Sos una puta de mierda, una mal nacida, un sorete de persona, maldigo haberte conocido. Y más vale que no trates de decir nada porque aquí tengo –alzó las manos con los impresos– todos los emails que te mandaste con este otro sorete como vos”.
En este punto de su relato yo estaba entre absorto y contento. Me daba pena su experiencia pero la veía interesante para el libro. Al fin y al cabo, era un hecho de la realidad y yo debía verlo de manera objetiva.
Esteban comentó que ella rompió en llantos y trato de frenarlo antes de que subiera nuevamente al automóvil de su amigo.
“Le pedí a mi amigo que me llevara a la casa de los padres de mi esposa” –indicó Esteban. “Cuando llegamos, bajé del auto, llame a mi suegra y a mi suegro, les comenté la situación y les mostré todos los emails impresos. Les pedí que comprendieran mi estado y les comuniqué que ese mismo día dejaba mi casa, el local y la ciudad”.
Fue así que Esteban, tras arreglar algunos temas económicos y operativos, dejó la ciudad después de 5 días de aquel terrible momento. Dejó su negocio, sus amigos, sus sueños y su gran amor.
Esteban hoy tiene un negocio propio en otra ciudad y vive solo Sin amigos ni parientes. Y en el anhelo de reconstruir su vida junto a otra mujer, sólo pide una cosa: “Si llego a conocer a otra mujer, lo único que quiero es que no chatee, no tenga email y no sepa nada de estas malditas computadoras”. Suerte Esteban!
1 comentario:
TENGO UNA HISTORIA PARESIDA PERO NO SE DONDE PUEDO PULICARLA POR FAVOR PUEDEN INFORMAR DONDE LA MANDO GRACIAS
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