11.8.10

7) YO NO ESCRIBI ESO

Yo conozco una manera. En realidad, conozco varias maneras de conseguir la contraseña de una cuenta de email. Nada más alejado de mí que exponerlas en este blog, pero tales tretas existen. Muchas veces funcionan. Otras no.

Es una impecable manera de engañar a otra persona manipulando sus percepciones. Una soberbia maniobra de distracción que funciona en la mayoría de los casos. Precisamente, en este relato, quiero contarles acerca de una mujer a la que podía mantener vigilada casi todo el tiempo. Así comenzó esta historia...

Vi su foto en un sitio de búsquedas y me atrajo. Le envié un beso virtual. Ella lo recibió y entendió sin lentitud que el mi nick era también parte de mi email. Fue así que al día siguiente apareció en el Messenger una solicitud de autorización. La acepté sin demora y ahí mismo estaba ella conectada.

La charla comenzó lenta pero con interés mutuo. Hablamos de todo un poco y quedamos en vernos los días subsiguientes. Ella vivía en una provincia lejana y nos separaban más de 1.300 kilómetros. En nuestro segundo encuentro intercambiamos algunas fotografías. No eran muchas las que ella envió, pero fueron suficientes para apreciarla en distintas situaciones.

Tenía un cuerpo muy bien trabajado. Delgada, estatura media, tez morena y cabellos oscuros. Leves rasgos asiáticos y una enorme sonrisa a puro esmalte blanco. Una exótica doncella con cierta gracia pueril.

Por más de 3 meses mantuvimos nuestras charlas, envíos de emails, fotos, postales y mensajes apasionados. Incluso, algunas veces, se comunicaba utilizando la web cam de una amiga para que pudiera verla en vivo y en directo.

Nuestro enamoramiento virtual había ascendido a un punto desde donde resulta difícil bajarse. Las charlas buscaron distensión por sí solas y ambos abrimos las puertas que dan al patio del sexo, las fantasías y la pasión.

Cierto día me sorprendió con unas cuantas fotos de ella en traje de baño. Podía observarla de frente, perfil y de atrás. Su cuerpo era armonioso, proporcionado y se permitía acompañarlo con atractivas poses.

Indicó que esas fotos se las había tomado a sí misma con una cámara digital utilizando el sistema de disparo retrasado. Y lo más importante: se las había tomado sólo para que yo pudiera verla “claramente”. Le agradecí esas fotografías y le dije que su cuerpo me parecía hermoso y perfecto.

Nuestras conversaciones continuaban por Messenger y, en alguna de ellas, la invité a que me visitara durante las vacaciones de verano. Mi ciudad tiene mar y una costa de primer nivel mundial. Tenía mi departamento con 2 habitaciones y ella podía quedarse sin necesidad de abonar hotel. La idea pareció encantarle y comenzó a indagar acerca de los pasajes en avión, tiempo de traslado y demás cuestiones relacionadas.

Una tarde llegó a mi casilla un email de ella. En ese email decía que se había tomado algunas fotografías sólo para mí. Me pidió que las mirara únicamente yo, dado que eran total y absolutamente personales. Luego de leer tal prologo, fui bajando mi mouse y desplegando ese email para comprender de qué se trataba. Eran 3 fotografías de ella totalmente desnuda. Se observaban con nitidez sus pechos, caderas, cola y espalda. Eran fotos tan imponentes como inocentes.

En esta ocasión aclaró que le daba mucho pudor enviarlas pero que se las había tomado únicamente para que yo –y sólo yo– pudiera apreciar su cuerpo y sus “virtudes”. Deseaba que la conociera tal como era. Sin nada que imposibilite verla por completo.

Luego de leer ese email, de ver sus fotografías y de analizar tales declaraciones, mi mente comenzó a "dudar". Me preguntaba porqué ella estaba durante largas horas conectada? Serían sólo para mi esas fotografías? Cómo podía decirme “Mi amor” si no me conocía? Mis deseos de conocerla no cesaron, pero preferí tomar ciertos recaudos antes de aceptar que viniera y pernoctara en mi casa. Pensé y tomé la decisión de aplicar mi técnica para conocer la contraseña de su email. De esa manera, yo podría saber si todo lo que decía era verdad.

Puse manos a la obra y comencé la producción del email “anzuelo”. Lo revisé cuidadosamente para evitar cualquier desliz. Estaba perfecto. Lo guarde en la carpeta “borrador” y aguardé a que mi amiga se conecte al Messenger. Pasadas un par de horas, ella inició sesión. Aguardé unos minutos y comencé a charlar como lo hacíamos cotidianamente.

En lo mejor de nuestra charla y como un francotirador, disparé el email que me entregaría su clave personal. Me gusta enviarlo mientras converso con la persona a quien va dirigido porque mantiene a mi persona lejos de la sospecha. Además, me asegura que la otra persona verá instantáneamente que ha recibido un nuevo mensaje de correo electrónico.

Luego de enviarlo noté que ella hizo una breve pausa en la conversación que manteníamos. Evidentemente estaba leyendo ese email que acababa de llegarle. Le dije que debía volver al trabajo y que luego me conectaría para proseguir la charla. Nos despedimos y acto seguido procedí a no admitirla para que suponga que yo no estaba on-line.

Pasaron algunas horas hasta que en la bandeja de entrada de mi email “detective”, apareció el esperado email con su clave personal. A esta altura ustedes se deben estar preguntando cómo consigo hacer eso, pero repito que no es lo importante ahora. La cuestión es que esta artimaña da resultado.

Esa noche abrí Hotmail. Estaba algo nervioso puesto que temía encontrar información que avalara mi sospecha. Coloqué su dirección de email y seguidamente escribí la clave trabajosamente obtenida. En unos pocos segundos se abrió la pantalla y allí estaba ante mí su casilla de email lista para ser inspeccionada. Tenía todo el tiempo del mundo para leer todos los emails que viera ante mis ojos. Y eso hice.

Respiré profundamente y fui a su bandeja de entrada. En esa carpeta había más de 50 emails de diferentes fechas, incluidos varios de los míos. Los restantes correspondían a nombres o nicks claramente masculinos. Pité mi cigarrillo al tiempo que iniciaba la apertura del último email que ella había recibido. Luego seguiría abriendo el resto de acuerdo a la cronología.

Abrí el primero de la lista. Una sonrisa se dibujó en mi rostro al leer lo que yo ya esperaba encontrar. En ese email se leía la respuesta de un muchacho que halagaba sus fotografías desnuda y ponderaba la belleza de sus senos, al tiempo que cerraba el párrafo solicitando que le envíe otras tantas pero en poses algo más eróticas. Mi duda ya no era una duda, sino, una certeza. Pensé que debía enojarme. Pensé que esto debía molestarme. Pero quién era yo para juzgar su actitud? Nada nos unía sentimentalmente y cada uno podía hacer lo que deseara. Pero el juego a jugar, me gustaba.

Los emails que leí, exceptuando los míos, correspondían a algunos hombres que vivían cerca de su ciudad y otros tantos de ciudades y países lejanos. Con cada uno de ellos había una historia mutua que fui destramando al leer también los mensajes “enviados”. Una de estas historias era mantenida con un vecino suyo. Este muchacho y ella se enviaban emails diariamente. Pude comprender y dimensionar todo el romance desde los primeros contactos que hicieron. Las fotografías, por supuesto, también habían sido recibidas por él.

Les aseguro que por sus fotografías, cualquiera de ustedes desearía conocerla. Pero un tanto por sus mentiras y otro tanto por la temporaria privación de la libertad que yo sufriría si ella venía a mi casa, decidí poner en marcha la segunda parte de mi plan. La verdad que no tenía tantas ganas de que ella se instale en mi departamento y me quede sin disfrutar otras cosas.

Esta segunda parte del plan consistía en abrir sus emails, copiarlos y pegarlos en un archivo word. Uno a uno, cada email recibido y cada email enviado, los fui copiando y pegando en un archivo de word que llegó a tener más de 60 hojas. Una vez terminada la tarea, yo tenía todas sus historias amorosas en un solo archivo. Frase por frase, adjetivo por adjetivo. Todo estaba allí.

Guardé este archivo word en el escritorio de mi computadora. Inmediatamente ingresé a una cuenta de email que poseo y que raramente utilizo. Es una cuenta antigua y que nadie conoce. Abrí esta cuenta y marqué la opción de escribir un “nuevo mensaje”. A este nuevo mensaje le escribí la dirección de Hotmail que normalmente utilizo yo. Estaba simplemente enviándome un email a mí mismo desde una cuenta desconocida por ella.

En el asunto coloqué la frase “Tu ángel de la guarda”. En el cuerpo del mensaje, escribí lo siguiente: “Hola.... Te envío estos emails para que veas que tu amiga no es tan leal y digna como vos crees. Espero que te ayude con esto. Firma: Tu ángel de la guarda”. Seguidamente adjunté el archivo Word que yo mismo había creado. Ahora si, todo estaba listo. Presioné sin prisa el botón de “enviar”.

A los pocos segundos este email ingresaba en mi tradicional y conocida cuenta de Hotmail. Como un iluso sorprendido, abrí dicho email para ver si todo estaba correcto. Y allí lo dejé. Apagué mi computadora y me fui a descansar esperando poner en práctica la tercera fase de mi plan.

Al día siguiente fui a mi trabajo, encendí la computadora y me quedé esperando que ella ingresara. Pasaron unas cuantas horas hasta que observé su inicio de sesión en Messenger. La tercera y más difícil de las partes comenzaba. Ella me saludó prontamente a lo cual no respondí. Me envió varios mensajes y frases hasta que, finalmente, accedí a responderle.

Inicié la conversación con tono serio. Tardaba en responderle, utilizaba monosílabos y me mostraba claramente parco.
Seguramente que ella no esperaba lo que se venía. Escribí entonces–“Creo que hay algo que debo mostrarte”.
Tienes nuevas fotografías? –preguntó ella.
Ojalá fuera eso... –le respondí.
“Me llegó un email que no sé si debo mostrártelo, pero realmente me ha dejado sin habla”, dije.
De qué se trata? –pregunto con curiosidad.
“Mira, te voy a reenviar el email tal cual me ha llegado a mi, y vos sacá las conclusiones” –dije seriamente.

Seguidamente me dirigí a la bandeja de entrada de mi casilla, ubiqué el email que yo mismo me había remitido y presioné el botón de reenviar. Escribí la dirección de email de mi amiga y presioné enviar.

Luego de un minuto le pregunté si ya lo había recibido. Me dijo que estaba abriendo el email en ese momento. Le dije entonces que esperaba que lo leyera tranquilamente y luego conversaríamos. Desadmití a mi amiga inmediatamente hasta el día siguiente. Con esta actitud, buscaba que ella sintiera la necesidad de pensar y razonar la manera de revertir tan desafortunado acontecimiento.

A la mañana del día siguiente, encontré en mi bandeja de entrada un email de ella. Lo abrí y pude observar la descomunal extensión del mismo. Tal vez había pasado horas escribiendo semejante defensa ante un ataque tan dañino y certero como el mío. Como síntesis del email que ella enviaba, puedo decirles que trataba ilusamente de decir que “ella no había escrito nada de eso”. Me explicaba cada uno de los emails de manera pormenorizada. Y aseguraba que muchos de ellos jamás los había leído y mucho menos contestado.

Lamentablemente yo no podía decirle que los había visto con mis propios ojos, pero le expliqué que me reservaba el beneficio de la duda. Le dije que seguramente alguien había ingresado a su casilla y se tomó el trabajo de copiarlos y remitírmelos.

Ella direccionó y culpó de este accionar, a un ex novio con el que ya había tenido un altercado similar. Pero repetía obcecadamente “yo no escribí eso ni envié las fotografías a nadie más que a vos”.

Le expliqué que por un tiempo deseaba suspender nuestro contacto. No era definitivo, pero la insté a que comprendiera mi desilusión y tristeza. Tal vez, sólo necesitaba unos cuantos días para reponerme de tal situación. Ella aceptó y así lo hice. Durante aproximadamente 10 días dejé su nick sin admisión en mi Messenger.

Cierto día, al abrir mi casilla de Hotmail, encontré en la bandeja de entrada un correo cuyo asunto rezaba “Tu ángel de la guarda” y que provenía de una dirección “similar” a esa que yo había utilizado para enviarme a mi email el archivo Word que desató el vendaval.

No podía creer lo que estaba viendo. Una sonrisa interminable se dibujó en mi cara mientras abría ese correo. Era evidente que ella misma había creado una cuenta de correo con un nombre “similar” al que había observado en el email que a mi –supuestamente- me había llegado y que contenía el archivo Word. No podía dejar de reírme al ver esta maniobra de su parte.

De todos modos abrí ese email y leí lo que allí estaba escrito al tiempo que seguía riendo solo. Escuetamente el email explicaba que era “nuevamente” quien me había enviado aquel email en donde se adjuntaba un archivo Word con todos los emails de “mi amiga”. En el texto de este email explicaba que el anterior había sido un invento y que ninguno de los mensajes enviados o recibidos por ella eran reales, sino, que habían sido inventados. Mi sonrisa se transformó en carcajada. Yo mismo estaba recibiendo un email de alguien que se hacía pasar por mí para desmentir lo que yo había visto. La situación era por demás graciosa. Era evidente que este email había sido enviado por ella en un intento desesperado por tratar de recomponer la relación virtual.

Admiré y fui respetuoso de su escasa inteligencia pero enorme fuerza de voluntad para revertir una situación que ella no deseaba ni se merecía haber vivido. De todas maneras, continué sin admitirla por un día más. Pasado ese día la admití nuevamente en mi Messenger y luego de saludarla lancé una frase: “Me parece que tenemos que hablar, porque me acaba de llegar un email muy sospechoso”. Ella respondió: Qué hice ahora?. Luego de eso, procedí a desadmitirla durante un día más sin mayores explicaciones.

Al día siguiente, tras ingresar nuevamente al Messenger, observé que su nick la delataba inocentemente. Podía leerse claramente “Te juro que yo no fui”. Mi carcajada debe haberse escuchado a varias cuadras. Su inocencia me desarmaba. No podía comprender como una mente tan obtusa podía pisar este planeta.

Ante tan ingenua actitud, pude comprender que no existía en ella ni una pizca de animosidad ni intención de dañar o hacer el mal. Esto era muy claro. Lo único que ella hacía era vivir. Vivía el Messenger de la manera que este blog -modestisimamente- explica que se vive. Experimentaba y se divertía utilizando las prestaciones que este blog pondera, y eso está muy bien.

De manera que mi actitud no fue otra que la que debía tomar. Nuevamente la admití, continuamos las charlas, la "perdoné" y la invité a mi ciudad. Al mes siguiente ella estaba en mi departamento disfrutando de lo que habíamos querido: conocernos, salir y hacer el amor cada día. Y en esos días, entre varias mentiras mutuas, conocimos nuestras verdades...

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