5) MARTIN y LUCIANA
Tal vez sea esta la historia que más he deseado contar en este blog. En ella se sintetizan y evidencian la mayoría de los temas que hemos compartido en pretéritas páginas. Y así como se espera el más dulce postre desde el inicio de la cena, así, he esperado para llegar hasta aquí.
Esta es, según creo, “La Historia”. Una historia especial en la que se ilustra acabadamente lo que muchos de ustedes “sueñan”. Una historia que nos da aliento y renueva el deseo de creer que ese amor tan buscado, puede estar al otro lado de la pantalla. Resignémonos ante la verdad, pues la historia que continúa, nos invita a encender la computadora, iniciar sesión en el Messenger y demostrarles a los necios que el amor también se encuentra en Internet.
Él se llama Martín. Ella Luciana. Los dos vivían en la misma ciudad. Él 1,91 de altura, morocho y de cuerpo atlético. Ella 1,65, rubia, ojos azules y muy atractiva. Todo comenzó en el año 1999. Más precisamente en Mayo de 1999.
El Messenger no era, aún, más que un proyecto en prueba. En aquel entonces, el programa de moda para comunicarse en tiempo real era el ICQ. Tanto Luciana como Martín utilizaban cotidianamente sus computadoras por razones laborales. Y ambos tenían, en una época en la que escasa gente accedía, su conexión a Internet. Conectarse a la red de redes desde una casa era casi un lujo reservado a unos pocos.
Varios meses antes de mayo, Luciana había dejado a su novio. Una relación de casi 4 años que se esfumó sin previo aviso. Por su lado, Martín, corría una suerte similar. También su noviazgo había terminado hacia poco tiempo. Ahora, los dos, estaban solos en el mundo. Dos almas desacostumbradas a la soledad pero muy acostumbradas a Internet. Tanto que optaron por sacar todo el provecho posible de esta última.
Una tarde como tantas, Luciana estaba conectada a Internet. Ese día, su hermana y su cuñado la acompañaban. Los tres charlaban, bebían café y disfrutaban de toda la magia de la red. Mientras navegaban, el cuñado le dijo a Luciana: “Deberías buscar a algún hombre en el ICQ. Si me lo permitís, yo te ayudo” Y ella lo permitió. Colocaron los parámetros necesarios y presionaron el botón de “Search” o “Búsqueda”.
Martín, por su parte, trabajaba en una empresa de Internet. En esos tiempos, y gracias a ello, estaba todo el día on line, con su ICQ abierto y navegando por cuanto lugar descubría. Minutos después de que Luciana disparara su búsqueda por edad en el ICQ, Martín recibió un mensaje en su monitor.
Miró, leyó y respondió al instante. Este acto, por supuesto, le dio una clara ventaja respecto de otros navegantes. De modo que, a los pocos segundos de haber iniciado su búsqueda, Luciana ya tenía la respuesta de un hombre. Y recibir una respuesta tan rápida en un momento de tristeza y desesperanza, entusiasma y alegra a cualquier cristiano. Recordemos que los dos estaban ahora solteros. Los dos salían de relaciones afectivas bastante largas. Y los dos, casi sin pensarlo, encontraron en Internet el lugar apropiado para apaciguar su soledad.
Así se inició todo. Luciana y Martín comenzaron a charlar a diario desde ese mismo día. Pasaban horas conversando y descubriéndose. Metros y metros de mensajes. Millones de bytes transformados en preguntas, respuestas, gustos y pensamientos. Miles de tecleadas transformadas en halagos, carcajadas, besos y enojos virtuales que los condujeron a sobrellevar momentos de nerviosa calma o de euforia controlada.
Juntos, transitaron y disfrutaron dos meses de conocimiento mutuo. Dos meses intensos e inolvidables. Durante ese tiempo, acaso por falta de scanner, acaso por pereza cibernética, jamás se enviaron una fotografía. Por supuesto que se describieron, pero ambos ignoraban la real fisonomía de su media naranja virtual.
Si bien Martín ya era un experimentado en el arte de conocer mujeres por ICQ, Luciana lo cautivó por demás. Al comienzo las charlas eran simples y la seducción inocente predominaba. Con el correr de los días –tal como lo recuerda Martín– comenzó a experimentar en su interior deseos y sanas fantasías que involucraban a Luciana. Las ganas de verla y tenerla cerca se estaban volviendo incontrolables. De modo que tomó el toro por las astas y la invitó a salir.
Luciana recibió con alegría aquella invitación. Coordinaron el día, la hora y el lugar. Recíprocamente precisaron cómo iban a ir vestidos a fin de poder reconocerse. La cita sería en un lugar bailable al que concurrían miles de personas cada noche. La felicidad los emborrachó por igual. Finalizaron la charla, cerraron sus computadoras y cada uno, en soledad, disfrutó de aquel avance con infinita dicha. Como era de esperarse, Luciana le confió a su hermana la gran primicia. La hermana, algo escéptica, le manifestó prontamente sus dudas, dado que tiempo atrás le advirtió que, los hombres casados, preferían citas los días viernes y a las 21. Lamentablemente, Martín y Luciana habían convenido el encuentro para ese día y hora. Pero fue sólo una pintoresca casualidad.
El día esperado llegó. Esa noche, por fin, podrían verse cara a cara. Martín llegó junto a sus amigos y se ubicó en la zona del bar donde siempre lo hacía. También ella asistió con sus amigas, pero un poco más tarde de lo convenido. Martín y Luciana se rastreaban mutuamente dentro del enorme lugar. Largas observaciones en general y miradas pormenorizadas de aquellas personas que parecían llevar una vestimenta similar a la que se habían informado.
De repente, allí estaban. Alguien vio a alguien y los dos se vieron en simultáneo. Dos sonrisas vergonzosas. Dos dedos opuestos señalando al otro en busca del esperado “Si, soy yo”. Nadie dijo nada. Nadie hizo mueca alguna. Pero ambos fueron al encuentro del otro con total seguridad. La música cambió imprevistamente. Todo la gente del lugar comenzó a saltar y a bailar en sus lugares. Las luces parecieron bajar de intensidad pero subir en destellos rítmicos. Caminaron por ese pasillo sorteando bailarines compulsivos, rubias riendo a carcajadas y galanes ebrios. Sin verse, sabían que se acercaban. De repente quedaron frente a frente. Mirada fugaz. Sonrisa cómplice. Un saludo básico y el tímido beso en la mejilla.
Las sonrisas torpes y la típica charla intrascendente para calmar los nervios se hicieron presentes. Martín invitó unos tragos. Ya con el vaso en la mano, la conversación se hizo amena y distendida. Profundizaron acerca de ellos y trataron de sobrellevar, como pudieron, esa terrible transición que supone el paso de lo virtual a lo real. Pero salieron airosos. No hubo besos, arrumacos ni mimos. Apenas un tímido y mínimo abrazo rodeando la cintura de ella. Luego de casi tres horas de dialogo, Luciana decidió marcharse a su casa. Martín la acompañó en un taxi y quedaron en hablarse y verse en los días siguientes.
Antes de bajar del Taxi, un beso de despedida. Pero sólo en la mejilla. Ella entró a su casa y Martín continuó viaje hacia la suya. Los dos estaban felices. Martín iba sentado en el taxi mirando la nada a través de la ventana. El resplandor de las rayas blancas de la avenida le iluminaban alternadamente la cara. Pero su mirada estaba perdida. No podía dejar de revivir la hermosa sonrisa de Luciana, sus ademanes, su frescura y su belleza. Ella, mientras tanto, ya estaba en la habitación de su casa. Quitó sus zapatos a los saltos y se recostó en la cama mirando el techo. Suspiró y sonrió en silencio.
Durante las semanas siguientes vivieron el fantástico estado de enamoramiento, felicidad y alegría previos al noviazgo. Fueron juntos a recitales, a cenar, al cine y a bailar. Por supuesto que continuaban conversando durante el día a través de sus computadoras. Y cuando no lo hacían, simplemente miraban si el otro estaba en línea. Verlo on-line era como tenerlo muy cerca.
Por cierto, como ustedes ya presumen, se pusieron de novios. Un noviazgo normal, común y corriente. A medida que se sumaban los meses la relación se fue solidificando. Salidas especiales en el mundo real y charlas tradicionales en el mundo virtual. Realmente todo iba sobre rieles hasta que Martín informó a Luciana la novedad.
Con tristeza pero amparado en su amor, Martín le comunicó a Luciana que una empresa lo había contratado para trabajar en Estados Unidos. La oportunidad era excelente y las posibilidades de progreso enormes.
No fue fácil digerir ese mal trago. No fue fácil para ninguno de los dos. Dar la noticia o escucharla, era igualmente angustiante. Pero el amor, siempre, es más fuerte. El uno y el otro se sabían enamorados, por lo cual se unieron aún más. Uno conteniendo, el otro sosteniendo. Llegó el día. Martín hizo las valijas y partió rumbo a Estados Unidos. Se instaló en un departamento y comenzó a trabajar en la empresa que lo separó del amor.
Por esos tiempos, el Messenger, ya estaba de moda en el país del norte. Si amigos, aquí es donde aparece la estrella de este blog. Los compañeros de trabajo de Martín se lo recomendaron, de manera que lo instaló inmediatamente. A los pocos días le comentó telefónicamente a Luciana acerca de este programa. Ella lo bajó e instaló también en su computadora. A partir de ese momento, y por siempre, los dos utilizarían este “cómplice” para comunicarse a diario.
En principio, Martín, no tenia fecha de regreso a su país. Y tal parece que, dando la espalda a la incertidumbre y la pena, los dos apostaron por las ilusiones y el amor verdadero. Martín allá, Luciana aquí. En el medio, el Messenger.
Las charlas eran extensas, apasionadas y plagadas de deseos. Pasaron cerca de seis meses desde que Martín había dejado su tierra, su familia y su Luciana. Pero una mañana, el hombre se levantó con cierta idea que rondaba en su cabeza desde hacía tiempo.
Ducha caliente, café bebido, algunos cereales y un bus hasta su trabajo. Mientras viajaba, observaba las calles, la gente, los niños. Cada cosa que veía le daba más fuerza y seguridad para llevar adelante lo que deseaba desde tiempo atrás. Llegó a su trabajo. Dejó la chaqueta arrumbada, se dejó caer sobre la silla y encendió su computadora. Hubo una respiración profunda y audible. El mouse clickeó dos veces sobre el icono del Messenger y procedió a iniciar sesión.
Miró fijo a todos los contactos de su lista y allí estaba Luciana. Tan conectada, tan viva, tan verde como había imaginado desde que se despertó. No dudó ni un segundo y la saludó con el clásico “Buen día” de cada jornada. Pero antes de que Luciana pudiera responder, Martín lanzó una horda de oraciones que, les aseguro, cualquier mujer hubiera soñado le tocara en suerte. Una a una, las palabras y oraciones, aparecían en al ventana de Luciana. Ella leía inmutable. Sin ser un escritor, Martín trasladaba a los dedos todo lo que su corazón le dictaba.
Fue una de las declaraciones de amor más imponentes y exquisitas que una mujer pudiera recibir. Luciana no pudo retener, mientras leía, esa lágrima impía que indujo a muchas, muchas más. Acaso fue este el momento más trascendental de sus vidas. Los dos se supieron amados. Los dos comprendieron el grado de entrega, deseo y amor que unían sus vidas. Y como el final esperado de una novela, la propuesta de casamiento se escribió en la pantalla de Luciana.
Dos llantos simultáneos. Dos angustias paralelas. Dos almas unidas por el amor y separadas por la distancia. Luciana secó sus lágrimas una vez más. Se acomodó en la silla y respondió con las pocas pero enormes palabras que Martín deseaba leer. Y el llanto se redobló nuevamente. Las ventanas del Messenger estaban abiertas pero nadie escribía nada. El teléfono de Luciana sonó. Ella levantó el auricular y sollozando gimió un “Hola” lleno de belleza y esperanza. La voz de Martín, que parecía estar acompañada por un pimpollo de rosas rojas, se escuchó en el auricular diciendo: “Amor, sueño con casarme. Sueño con despertarme junto a la mujer que amo. Sueño con tener los hijos más lindos del mundo. Y todos ello es posible únicamente junto a vos”.
Hubo sollozos amalgamados con tartamudas carcajadas. El amor y la pena parecían confundirse en una misma sensación. Pero sus almas rebosaban de alegría y felicidad. No estaban llorando, sino, se estaban sintiendo plenos. De manera que, entre sonrisas húmedas y mariposas revoloteando en sus panzas, se juraron mutuamente un destino: casarse y vivir juntos el resto de sus días.
Unos meses después, Martín llegó en avión a la Argentina. No hace falta explicar demasiado si ustedes leyeron el título de este apartado. Hubo preparativos. Idas y vueltas. Consultas y decisiones. Finalmente Luciana dijo sí en el altar. Hubo noche de bodas y luna de miel. Y hubo un viaje definitivo a la tierra en donde Martín trabajaba. Allí se instalaron. Hoy tienen dos hijos y visitan asiduamente la Argentina. Y viven felices...muy felices. Qué más decir...
Gracias Messenger por estas geniales historias de vida....!!!!!
1 comentario:
Una pregunta estos chicos son los que estvieron en el programa de susana giemenez?
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